Vivimos rodeados de mensajes que empujan para ganar un segundo de atención, así que la competencia real ya no está en quién diseña la pieza más brillante, sino en quién organiza mejor lo que la gente ve, oye, huele, toca y, cuando corresponde, saborea; en quién es capaz de convertir un recorrido cotidiano en una vivencia que se reconoce sin logotipo, que se entiende sin instrucciones y que se comparte sin necesidad de incentivos. En América Latina esto se siente con especial fuerza porque la elección casi nunca es un acto solitario: la familia opina, los amigos recomiendan, los chats amplifican y la comunidad valida, por eso un buen diseño de experiencia no intenta impresionar con trucos, intenta que las personas se sientan bien con la marca antes, durante y después del uso.
El giro de lo puramente visual a lo multisensorial no es una moda, es una consecuencia natural de cómo habitamos los canales, porque vamos y venimos entre lo físico y lo digital, mezclamos contextos y nos quedamos solo donde el ambiente acompaña, la interfaz responde, la señalética guía y la historia tiene un tono que suena verdadero. Cuando todo se parece, la diferencia pasa por la calidad del momento vivido, por el cuidado de los detalles y por la coherencia con la promesa; ahí nace la preferencia, ahí crece la recomendación y ahí se sostiene la fidelidad.
Diseñar experiencia de marca no es “sumarle efectos” a una identidad, es traducir propósito y personalidad a una paleta sensorial con reglas claras, intensidades adecuadas y variaciones por contexto. Es decidir cómo se ve una idea en una pantalla pequeña sin perder claridad, cómo suena una espera para que no impaciente, cómo huele un espacio para que se perciba cuidado, qué textura comunica calidad en un empaque, qué microinteracciones confirman acciones en una app sin invadir, y qué gesto de hospitalidad cierra un servicio con una sensación de “me tuvieron en cuenta”.
De hecho, investigaciones en neurociencia de consumo (Universidad de Oxford, 2021) confirman que cuando un estímulo involucra más de un sentido, la probabilidad de recordación aumenta hasta en un 60% en comparación con estímulos unisensoriales, esto significa que una marca que refuerza su identidad a través de varios canales sensoriales no solo es más reconocible, sino también más difícil de olvidar.
Tampoco es activar todos los sentidos a la vez, porque integrar no es acumular, es orquestar: dejar que cada estímulo cumpla un rol en el momento correcto, que el color guíe, que el sonido acompañe, que el aroma humanice, que el tacto confirme calidad y que el gusto —si aplica— celebre la identidad local; todo esto con el volumen justo, la intensidad adecuada y la posibilidad de bajar la perilla cuando el contexto lo pida.
La región es móvil y conversadora, valora lo cercano y desconfía de lo sobreactuado; la decisión suele estar atravesada por lo colectivo y por la memoria emocional, por eso una experiencia que respira cultura local sin caer en el cliché, que trata bien el tiempo de las personas y que demuestra respeto por el ambiente tiene más opciones de ser aceptada, recomendada y repetida. Además, la vida digital latinoamericana ocurre en paralelo a lo presencial: la misma persona que chatea con amigos mientras ve un partido, compara precios en el móvil cuando entra a una tienda y comparte historias de lo que vive en un evento, espera que la marca suene igual en todos esos momentos, que use el mismo lenguaje y que resuelva con la misma amabilidad.
Las empresas de la región enfrentan una doble presión: competir no solo con actores locales, sino también con marcas globales que cuentan con grandes presupuestos de marketing y para nivelar el terreno, muchas organizaciones latinoamericanas han comenzado a apostar por la diferenciación basada en experiencias inmersivas.
Estos datos muestran que el enfoque multisensorial no es un simple recurso estético, sino un motor de competitividad y rentabilidad.
Hasta aquí hemos entendido el valor de un enfoque multisensorial y por qué América Latina, con su diversidad cultural y emocional, lo demanda con tanta fuerza, pero la teoría solo cobra vida cuando se traduce en experiencias concretas. La verdadera pregunta es: ¿cómo están aplicando las marcas de la región este tipo de estrategias en su día a día? Desde el retail hasta la educación, pasando por el turismo, la salud y las finanzas, el multisensorial ya no es un concepto lejano, sino un recurso tangible que transforma la forma en que las personas viven y recuerdan a las marcas.
Entrar a una tienda ya no es solo comprar, es vivir un ritual breve que decide si el cliente regresa. Colores coherentes, iluminación que acompaña el momento del día, música envolvente y un aroma distintivo hacen que el recuerdo supere la simple etiqueta de precio. Según la Cámara de Comercio de Bogotá (2023), las marcas que integraron experiencias sensoriales en tiendas físicas aumentaron hasta un 22% su fidelización en tres años.
Un hotel o destino turístico memorable no solo muestra paisajes: diseña atmósferas. La música del lobby conecta con el aroma del spa, las texturas de los muebles refuerzan confort y los sabores locales se convierten en embajadores culturales. La OMT (2023) señala que más del 60% de los viajeros globales prioriza la autenticidad cultural, lo que convierte al multisensorial en ventaja competitiva para LATAM.
Las universidades enfrentan estudiantes hiperconectados que esperan algo más que clases tradicionales. Arquitectura visual que transmite innovación, aromas discretos en bibliotecas que reducen ansiedad y sonidos ambientales que favorecen concentración forman parte del nuevo branding académico. La Universidad de Chile (2023) comprobó que aulas con recursos multisensoriales aumentaron en un 35% la retención de conocimiento.
En clínicas y hospitales, el paciente recuerda tanto el trato clínico como el ambiente que lo rodea. Aromas relajantes, música suave y paletas cromáticas transmiten confianza y reducen ansiedad. La Universidad de Tokio (2021) encontró que aromas cítricos como el limón pueden aumentar la concentración y disminuir la fatiga en un 15%, lo que explica por qué muchas instituciones en LATAM los están incorporando.
Conciertos, museos y ferias en la región ya integran visuales impactantes, vibraciones hápticas o aromas temáticos. Estas experiencias transforman lo que antes era una exhibición en vivencias memorables que se comparten en redes sociales. PwC (2023) señala que el 73% de los consumidores elige basándose en la experiencia más que en el precio, y en LATAM la cifra es aún mayor.
En un sector percibido como frío, el multisensorial genera cercanía. Colores sobrios, aromas relajantes en salas de espera, música discreta y materiales de calidad en mobiliario transmiten solidez y humanidad. En digital, sonidos de confirmación y una interfaz clara refuerzan esa percepción. McKinsey (2023) mostró que 64% de los consumidores latinoamericanos confían más en marcas que ofrecen coherencia entre lo online y lo offline, un desafío y oportunidad clave para bancos y aseguradoras.
Abre la puerta, orienta y jerarquiza, por eso conviene priorizar legibilidad, contraste suficiente para lecturas en móvil, composiciones que respiren y fotografías que cuenten más que decoren; los colores deben servir al propósito, no competir con él, las tipografías deben sostener la voz sin pedir protagonismo constante y los espacios en blanco son aliados, no vacíos por rellenar. Cuando lo visual guía con naturalidad, la experiencia baja pulsaciones y sube la comprensión.
En el caso del sonido, llega antes de que nos demos cuenta y por eso conviene tratarlo como una voz, no como fondo inevitable; una identidad sonora puede basarse en familias de timbres y cadencias reconocibles sin necesidad de jingles grandilocuentes, y su función cambia según el momento: en una fila debe bajar la ansiedad, en un tutorial debe marcar pasos, en un contenido debe sostener la atención; los “clicks” y confirmaciones de una interfaz, si existen, deben ser suaves y ajustables, porque la elegancia sonora se nota más cuando no molesta que cuando pretende destacarse.
Los aromas por su parte, funcionan como memoria silenciosa que humaniza los espacios, sugieren limpieza, evocan naturaleza o celebran origen; la regla es congruencia y prudencia, porque la gente recuerda un aroma pegajoso por el motivo equivocado, mientras que uno discreto y coherente suma sin robar cámara, permite que la atmósfera se sienta cuidada y tiene el poder de transportar a una persona a un recuerdo específico en cuestión de segundos.
Conecta a las personas con la materialidad de los objetos y refuerza la percepción de valor. Sentir una textura aterciopelada transmite lujo, una superficie rugosa evoca autenticidad y los acabados metálicos sugieren modernidad y en digital, aunque no se pueda “tocar” directamente, la interacción fluida de una interfaz —el scroll, la vibración háptica o la respuesta al clic— cumple esa función ya que según Statista (2022), 65% de los consumidores en LATAM abandona una compra online si la experiencia táctil digital no resulta cómoda ni intuitiva.
Este despierta memorias profundas y convierte un momento en una vivencia única, integrar sabores con otros estímulos sensoriales amplifica la experiencia: un café acompañado de música y visuales coherentes con la marca genera mayor conexión que el mismo café servido de forma neutra. No siempre es pertinente, pero en hospitalidad, educación ejecutiva, turismo, entretenimiento o eventos corporativos puede anclar recuerdos, sobre todo si celebra ingredientes locales y dialoga con lo visual y lo sonoro; el secreto está en no convertirlo en un truco, sino en una extensión honesta de la narrativa.
Integrar es construir un guion sensorial con principio, desarrollo y anclas de recuerdo; el inicio captura con un gesto claro —una bienvenida visual que ordena, un tono de voz que pone ritmo—, el desarrollo sostiene con atmósferas amables, con rutas que facilitan decidir y con acciones que se confirman sin exigir atención extra, y el cierre deja una huella —un motivo sonoro breve, un detalle táctil, un aroma discreto— que, al reaparecer, trae de vuelta todo lo vivido, cuando esa coreografía se mantiene de la tienda al sitio, del sitio al evento y del evento al servicio posventa, la marca suena igual en todas partes, la confianza crece y el recuerdo se vuelve preferencia.
La inmersión no depende de grandes despliegues tecnológicos, depende de que la persona se sienta parte de una historia, de que el espacio o la interfaz la inviten a participar con naturalidad y de que cada elemento cumpla un papel en la emoción que buscamos provocar; en retail, por ejemplo, la iluminación guía, la música acompaña la hora del día, el orden del recorrido reduce fricciones y la señalética conversa en el mismo tono que la web; en digital, la inmersión ocurre cuando el contenido es útil, las transiciones son fluidas, el tiempo de carga no obstaculiza y la navegación se entiende sin tutoriales; en eventos, la inmersión se construye con un guion que alterna ritmos, con momentos de participación, con pausas para respirar y con un cierre que invita a seguir la conversación en otros canales.
El mayor enemigo del multisensorial es el exceso: estímulos que compiten, volúmenes que cansan, aromas que invaden, animaciones que distraen, tecnologías que encandilan sin resolver nada; también lo son la incoherencia entre discurso y práctica, la falta de accesibilidad que deja fuera a parte de la audiencia y la desatención a la sostenibilidad que vuelve el relato poco creíble; para desactivar estos riesgos conviene definir límites de intensidad, criterios de inclusión desde el inicio, reglas de operación responsables y una guía simple que todos los equipos puedan aplicar sin “reinventar” la marca en cada punto de contacto.
Una experiencia que funciona tiene estructura y guion, empieza con un gesto que capta sin abrumar, se desarrolla en una atmósfera que invita a quedarse y cierra con un ancla de memoria que puede ser un sonido, un aroma, una textura o un gesto de servicio; para llegar ahí conviene investigar a la audiencia y al contexto, traducir identidad a una paleta sensorial priorizada, prototipar en pequeño, medir con indicadores claros y documentar lo aprendido en un manual vivo que mantenga la coherencia cuando la marca crece.
La inteligencia artificial dejó de ser una promesa lejana para convertirse en el motor que ajusta la experiencia mientras ocurre, un algoritmo puede reconocer patrones de comportamiento y adaptar música, iluminación o contenidos visuales en segundos, de modo que cada persona viva una experiencia distinta aunque esté en el mismo espacio. En América Latina, donde 78% de los consumidores afirma estar dispuesto a compartir datos si recibe experiencias más personalizadas (Accenture, 2023), la IA abre la posibilidad de diseñar vivencias que se sientan hechas a medida.
En retail, por ejemplo, un sistema puede identificar el flujo de visitantes en una tienda y cambiar la playlist o la intensidad de la luz según la hora y el perfil del públic, en plataformas digitales, la IA permite ajustar la interfaz para resaltar los productos que más conectan con la identidad de cada usuario, no solo en lo visual, sino también en la forma en que se presentan los sonidos o se estructuran las interacciones. En eventos corporativos, la IA aplicada a reconocimiento facial y de voz puede interpretar estados emocionales y adaptar el guion al instante, un recurso que transforma la audiencia de espectadora pasiva en parte activa de la narrativa.
El reto está en mantener la ética: recopilar datos emocionales o biométricos exige transparencia, consentimiento informado y límites claros para no invadir la intimidad del consumidor, la confianza se gana con honestidad, no solo con tecnología.
Si quieres ver ejemplos ya en marcha, revisa estas aplicaciones multisectoriales en la región en nuestro apartado de
Aplicaciones del branding multisensorial en sectores clave de LATAM.
La realidad aumentada (AR) y la realidad virtual (VR) se consolidan como herramientas clave para crear experiencias inmersivas, en el comercio electrónico, la AR permite probar un producto antes de comprarlo, visualizar cómo quedaría un mueble en una sala o experimentar con colores en un diseño sin necesidad de desplazarse. En educación y cultura, museos latinoamericanos han comenzado a integrar guías con AR que muestran capas históricas sobre piezas físicas, aumentando la retención de información en más de un 40% frente a recorridos tradicionales (UNESCO, 2022).
La VR, en cambio, sumerge al usuario en un universo completamente digital, ferias de innovación en Brasil y México han utilizado esta tecnología para atraer más asistentes, y los resultados muestran un incremento superior al 30% en participación frente a eventos convencionales (Fundação Getulio Vargas, 2022). En turismo, destinos de la región han comenzado a ofrecer recorridos virtuales de selvas, playas y ciudades históricas, lo que aumenta la intención de visita física porque la experiencia inicial despierta curiosidad y deseo de profundizar.
El desafío en LATAM está en el acceso: los dispositivos de VR siguen siendo costosos para la mayoría de los consumidores, sin embargo, la expansión de soluciones móviles y el uso de visores accesibles abre una puerta para que más personas experimenten estas narrativas en los próximos años.
El tacto siempre fue el gran ausente en la experiencia digital, pero la tecnología háptica lo está acercando, desde los smartphones que vibran para confirmar una acción hasta guantes que simulan texturas, la posibilidad de “tocar” lo digital está ganando terreno. En educación, universidades en Brasil y Chile han probado interfaces hápticas en programas de medicina y diseño industrial, logrando que los estudiantes retengan un 35% más de conocimiento al experimentar con texturas y resistencias simuladas (Universidad de São Paulo, 2022).
En entretenimiento, consolas y experiencias de gaming ya integran esta tecnología, y su potencial para eventos corporativos o retail es enorme. Imaginar un empaque que se pueda sentir en una tienda virtual o una feria donde los visitantes perciban texturas a través de dispositivos abre nuevas dimensiones para el branding, no se trata de reemplazar lo físico, sino de extenderlo: permitir que la persona anticipe la calidad de un producto incluso antes de tenerlo en la mano.
El multisensorial puede ser inspirador, pero también tiene un costo ambiental si no se gestiona bien, aromas artificiales que contaminan, pantallas de alto consumo energético, materiales desechables o experiencias efímeras que generan residuos son riesgos que los consumidores ya no perdonan. NielsenIQ (2022) reportó que 71% de los latinoamericanos prefiere marcas que integran prácticas sostenibles en su oferta.
Las alternativas existen: aromas creados con esencias naturales y biodegradables, iluminación LED y energías renovables en displays visuales, empaques reciclables o reutilizables que refuercen la narrativa de responsabilidad, y logística de eventos que reduzca transporte innecesario, lo importante es que la sostenibilidad no se trate como “extra”, sino como parte central de la experiencia. Un aroma puede ser coherente con la historia cultural de la marca y, al mismo tiempo, responsable con el ambiente.
En América Latina viven más de 85 millones de personas con algún tipo de discapacidad sensorial, según la OMS (2023). Ignorar esta realidad no solo es éticamente cuestionable, también es una oportunidad perdida, diseñar experiencias inclusivas significa que la música no sea tan alta como para excluir, que las luces no sean invasivas, que los contenidos digitales incluyan subtítulos y audiodescripciones, que existan áreas sensorialmente reguladas en eventos y que las interfaces sean navegables por lectores de pantalla o comandos de voz.
La inclusión no resta atractivo, lo multiplica, porque amplía la audiencia y refuerza la credibilidad de la marca, una experiencia multisensorial bien pensada debe contemplar no solo la espectacularidad, sino la amabilidad con todas las personas que participan en ella.
El multisensorial, aunque poderoso, puede fallar si se aplica sin criterio. Entre los principales riesgos se encuentran:
Estos riesgos no son excusas para evitar el multisensorial, sino advertencias que obligan a planificar con rigor, probar en pequeño, escuchar feedback y ajustar antes de escalar.
El branding multisensorial en América Latina no se quedará en lo experimental: se perfila como estándar esperado por los consumidores en menos de una década. Las tendencias que marcarán este camino incluyen:
El futuro no será de marcas que “experimenten” con lo multisensorial, sino de aquellas que lo integren como parte natural de su ADN.
El branding multisensorial ya no es una curiosidad académica ni una extravagancia creativa: es el camino inevitable para construir marcas que se recuerdan, se respetan y se recomiendan. En un continente como América Latina, donde las decisiones de compra están atravesadas por emociones, comunidad y cultura, la capacidad de activar los sentidos y hacerlo de manera coherente marca la diferencia entre ser uno más o ser inolvidable.
Las cifras respaldan su potencial, pero lo que de verdad mueve al consumidor es cómo lo hiciste sentir: si encontró un espacio amable, si la música acompañó sin invadir, si el aroma transmitió autenticidad, si la textura confirmó calidad, si el sabor lo conectó con su identidad cultural, esa memoria emocional, reforzada por la innovación tecnológica y sostenida por valores de sostenibilidad e inclusión, será la moneda más valiosa en la próxima década.
Hacia 2030, los consumidores no preguntarán si una marca ofrece experiencias multisensoriales, lo darán por sentado, la diferencia estará en cuáles lo hacen con ética, con creatividad y con responsabilidad cultural, aquellas que lo entiendan y lo integren en su ADN no solo se ganarán un espacio en la mente del público, también en su corazón y en sus conversaciones.
El reto para las empresas de hoy no es decidir si deben entrar en el multisensorial, sino cómo hacerlo con coherencia y propósito, quien logre transformar interacciones en recuerdos y recuerdos en relaciones sólidas, tendrá en sus manos algo más que clientes: tendrá comunidades leales y audiencias dispuestas a defender su marca.
El branding tradicional se centra en elementos visuales como logotipos, tipografías y paletas de colores. El multisensorial, en cambio, amplía esa base integrando vista, oído, olfato, tacto y gusto en un relato coherente. Esta integración incrementa la recordación y genera vínculos emocionales más profundos, porque las personas no solo ven una marca, la viven.
Sí. Aunque las experiencias avanzadas con realidad virtual o biometría requieren inversión, existen recursos accesibles, una playlist coherente con la identidad, un aroma característico en el punto de venta o una paleta de colores que evoque sostenibilidad ya generan impacto. Lo importante es la coherencia, no la magnitud de la inversión.
El impacto se mide con indicadores como permanencia en tienda, recordación espontánea, tasa de recompra, Net Promoter Score (NPS), engagement digital o incremento en ventas. Cada KPI debe elegirse según el objetivo: fidelizar, generar confianza o impulsar ventas inmediatas.
Retail, hospitalidad, entretenimiento, salud y educación son los más activos, pero también sectores tradicionalmente percibidos como fríos, como banca y finanzas, han empezado a implementarlo para transmitir confianza y humanizar sus servicios.
Los riesgos más comunes son la incoherencia con el propósito de la marca, el exceso de estímulos que saturan al consumidor, los altos costos de implementación sin retorno claro, los choques culturales y la falta de métricas claras. La planificación y la prueba en pequeño son la mejor forma de mitigarlos.
Las experiencias hiperpersonalizadas impulsadas por IA, los entornos híbridos físico-digitales, la inclusión sensorial como norma, la sensorialidad culturalizada y la sostenibilidad transversal serán claves. Las marcas que no integren estos factores corren el riesgo de perder relevancia.
Pensando desde el inicio en accesibilidad: subtítulos en experiencias digitales, audiodescripciones, áreas de calma en eventos, interfaces hápticas adaptadas y volúmenes regulados. Diseñar para todos no es opcional, es condición de credibilidad.